Fue la frase de coronel que rescató a los supervivientes de los Andes del famoso accidente de avión en 1972, en donde sobrevivieron 16 personas, murieron 29 y que ha relatado Gustavo Zervino, uno de los supervivientes y con quien he tenido la suerte de compartir una conferencia en la Asociación de Empresas Familiares de Castilla La Mancha. Gustavo ha relatado la historia que es absolutamente conmovedora (se recoge en la película Viven). Chicos uruguayos de dieciocho años iban a jugar a un partido de rugby a Chile cuando se estrellaron a 4800 metros de altitud y con temperaturas de hasta 40 grados bajo cero. Ellos llevaban ropa de verano y jamás habían visto la nieve (la montaña más alta de Uruguay mide 501 metros). Tenían una radio desde la que escuchaban los avisos de rescate, pero de la que no eran capaces de comunicarse. Después del día 10 supirieron que se suspendían las labores de rescate porque les daban por muertos. Y fue en ese momento cuando pasaron de ser supervivientes a «sobrevivientes», como dice Carlitos Paez (otro de los supervientes y cuya conferencia también es interesantísima). Y el motivo del cambio se debió a que por primera vez la solución de salir de ahí estaba en sus manos y no fuera.

Vivieron 73 días en situaciones infrahumanas y teniendo que comer carne humana. He de reconocer que me ha encantado la charla de Gustavo y cómo ha reflexionado sobre cosas que nos afectan muy directamente. A continuación recojo las ideas que más me han llamado la atención.

– El coronel que los rescató con los helicópteros dijo que era imposible y que si lo hubieran sabido no lo habrían conseguido. Eso invita a pensar que tenemos que revisar nuestros propios paradigmas de lo que es posible o no y que probablemente muchas de nuestras limitaciones están en nuestra cabeza.

– Lo que les impulsó a Nando Parrado y a un compañero a andar más de 100 kilómetros para buscar ayuda fue la la confianza y la responsabilidad que habían depositado en ellos el resto de compañeros. El sentido de contribución mueve montañas o, al menos ayuda a que las cordilleras no sean tan infranqueables.

– Durante esos 73 días aquella persona del grupo que se quejaba era directamente ignorada. Si no hablaba de cosas que dependía de él,  no tiene sentido hacer más difícil el complicadísimo trance. La queja es bien distinta a la ayuda.

– Para conocer el deseo hay que ver la acción. El deseo de salir de ahí es lo que movió montañas (y nunca mejor dicho). No vale con decir «quería ir a verte…» sino que lo que cuenta es verle.

– El dolor es inevitable. El sufrimiento es opcional.

– Y una de las claves para sobrevivir fue la profunda ilusión por vivir… ¿esa se pierde con el tiempo? me pregunto yo.

– En 2005 45 militares chilenos fallecieron en condiciones parecidas aunque estaban bien preparados físicamente y con medios especiales. El motivo, según Gustavo, era porque pensaban que podían morir (a diferencia de ellos).

Me dejo muchas ideas pero, en definitiva, la historia de los supervivientes es una historia de coraje y valentía de personas que fueron capaces de cuestionar los imposibles y los mapas mentales que nos condicionan.