La identidad personal se ha creado en gran parte en el proceso de diferenciarnos de los otros.

No importa la edad, ni los estudios ni tan si quiera la inteligencia. Tampoco está sujeto a una zona geográfica. Sencillamente, el fanatismo ahoga cualquier tipo de crítica. Se apoya en la pasión, en las creencias fuertemente asentadas y en una selección constante de la información que se consume y se digiere. La mejor manera de protegerse de ello es entrenando el pensamiento crítico, a pesar de las dificultades de nuestro propio cerebro.

Siempre ha existido desinformación y propaganda, en especial, en tiempo de guerra o de elecciones. Los políticos de todo el mundo y a lo largo de la historia lo conocen bien (aunque siempre ha habido algunos más brillantes que otros). Vamos consumiendo información, que mezclada con dos emociones básicas, el miedo y la indignación, van creando una identidad en cada uno de nosotros. Poco a poco, vamos diferenciando el mundo entre ellos y nosotros. Nuestra mente, con su necesidad primaria de ser parte del grupo, hace todo el trabajo inconscientemente. No te das cuenta, pero te posicionas en los conflictos, en los partidos políticos, en la región de donde seas, en un equipo de fútbol… Yo soy de izquierdas o de derecha, pro (lo que sea), de Madrid, Buenos Aires, Londres… Es algo sutil, pero la identidad personal se ha creado en gran parte en el proceso de diferenciarnos de los otros.

Este proceso de identidad personal es natural. Necesitamos ser parte de un grupo por supervivencia. Somos mamíferos, muy torpes durante los primeros años de vida. Si no tuviéramos ese instinto, sería imposible sobrevivir. Por ello, la afiliación o la necesidad de ser parte de un grupo nos ha ayudado a continuar nuestra especie. El problema viene con las emociones que, evolutivamente tuvieron un sentido, pueden ser un freno para nuestro crecimiento: Si soy nacionalista, por ejemplo, del tipo que sea, ¿cómo voy a cuestionar el partido que me representa si eso supone cuestionar mi identidad? Atrevernos a cuestionar nuestra identidad es lo que más miedo nos da y lo que supone un total acto de valentía y en especial, en los tiempos en los que vivimos.

Ahora somos más vulnerables que nunca al fanatismo.

Ahora somos más vulnerables que nunca al fanatismo. Este no requiere expresiones o actos agresivos. Se puede ser fanático de una manera más elegante, simplemente eliminando cualquier pensamiento crítico en nuestro entorno. En la actualidad, las redes sociales y las burbujas de información en las que caemos por los algoritmos de búsqueda nos hacen más proclives a reducir la autocrítica. Recibimos un sinfín de noticias similares a lo que pensamos. La información es exponencial, proviene de millones de fuentes, no solo de los grandes medios, sino de cualquiera que tenga un canal de WhatsApp o de Telegram. Y no solo está en la nube el problema, sino también en las personas con las que nos rodeamos. Muy probablemente sean similares a nosotros. Pues bien, necesitamos actuar.

No solo necesitamos desarrollar el pensamiento crítico en niños y en adolescentes, sino en nosotros mismos.

No solo necesitamos desarrollar el pensamiento crítico en niños y en adolescentes, sino en nosotros mismos. Necesitamos identificar aquellas pasiones que nos nacen con fuerza y que nos llevan a dividir el mundo entre ellos y nosotros. Necesitamos exponernos a una información diferente como deporte y como auto reflexión. Por ejemplo, podemos seguir en redes a personas de ideologías completamente dispares a lo que pensamos con el objetivo de entender su punto de vista. Hemos de cuestionar qué sucede con aquellos con los que no comparto creencias y encontrar puntos de unión. Necesitamos indagar en las causas de los conflictos para comprender más allá de la apariencia. En definitiva, hemos de poner conscientemente nuestro cerebro en funcionamiento para salir de una zona de confort: la comodidad de lo que pensamos. El pensamiento crítico no es un ejercicio automático. Cuesta, es difícil, pero es la única manera de protegernos del fanatismo sutil que puede aflorar en cualquiera de nosotros.

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