Vivir entre USA y España tiene ciertas ventajas. Una de ellas es poder ver acontecimientos a horas más razonables y en directo, como me ocurrió ayer en la Gala de los Oscar. Soy una enamorada del cine, es una de mis grandes pasiones y la entrega de los Oscar es una cita que he seguido de siempre. Ayer nos quedamos con la alegría del Oscar para Alberto Mielgo, con la pena de que ni Javier Bardem ni Penélope Cruz ganaran otra estatuilla, con el sabor de la música latina, con una gala más diversa que nunca y con el incidente de Will Smith. En la televisión de Estados Unidos no se vio la escena con la claridad que se ha visto y escuchado en España. Es más, hubo una especie de corte de imagen, en la que no se sabía qué estaba sucediendo.

Por lo que observé ayer, dudo mucho que fuera algo preparado. Lo delata el lenguaje no verbal: La cara de su mujer cuando Chris Rock hizo la broma pesada, los gestos de Will Smith (que se silenció en Estados Unidos) desde su asiento y lo sucedido después, cuando subió a recoger el premio, que era un mar de lágrimas.

Nuestro cerebro está preparado para la supervivencia y ciertos automatismos se despiertan a pesar de las circunstancias.

Está claro que tanto Will Smith como Chris Rock estuvieron tremendamente desafortunados. Hay bromas que hieren demasiado (además, parece que llovía sobre mojado). Y hay reacciones que se exceden y máximo en determinados momentos. Pero así somos las personas. Tenemos nuestro cerebro preparado para la supervivencia y ciertos automatismos se despiertan a pesar del contexto en el que estamos. Dudo mucho que hubiera habido mucha conversación entre la esposa de Will Smith y él, no hubo tiempo para ello. Es, por tanto, un ejemplo poderoso del muelle que todos llevamos dentro y que se puede despertar en los momentos más inesperados. Es un instinto, en el que la amígdala, guardiana de nuestras emociones, se inflama ante algo, una palabra, un gesto, y toma el control del cerebro. No se razona. El neocórtex queda secuestrado y solo ataca, se congela o huye. En este caso, Will Smith atacó frente a los ojos de millones de personas.

Los motivos hay que buscarlos en la nuestra evolución: tiene el objetivo de defendernos o defender a los nuestros, o como Smith verbalizó cuando recogió la estatuilla en referencia cruzada de la película y de lo ocurrido, para proteger a la familia.

Aquello que vimos todos es un ejemplo de lo que nos puede ocurrir a cualquiera de nosotros en otros contextos, con otras respuestas y en momentos de tensión y con heridas profundas que se activan de repente ante algo. En sí, es un acto ridículo, que despierta después la vergüenza (otra emoción innata) y que debió sentir Smith minutos después, cuando la amígdala se desinflama y la sangre llega con más fluidez al neocórtex. Así son nuestros instintos primarios. Ahora, ya con el tiempo y la frialdad, toca reparar el error por ambas partes, porque esto es lo que nos diferencia de otros animales: la posibilidad de reflexionar sobre nuestros errores, de sanar heridas para que no sean coladero de respuestas incontroladas y de aprender a controlar a la loca del cerebro, nuestra vieja y necesaria amígdala.