Esa maldita sensación de hacer una broma o un comentario inapropiado y escuchar el silencio durante segundos, que parecen horas, mientras piensas… ¡Quién me mandaría a mí abrir la boca! ¿A quién no le ha ocurrido alguna vez? Hasta hace pocos años esa incómoda situación estaba casi reservada a la comunicación oral, ya que a través de las cartas tradicionales era más complicado que ocurriese, pues obviamente se trata de un lenguaje menos espontáneo y más elaborado.

Pero las reglas de comunicación han cambiado tanto que necesitamos volver a reinventar las claves que nos lleven a no meternos en charcos sin querer. La carta, el sobre, el sello… son elementos que hoy nos parecen propios del Pleistoceno o casi reservados para el banco, la hacienda pública o el ayuntamiento, que llenan el buzón con sus ‘agradables’ notificaciones.

Hoy, la comunicación personal y sobre todo la empresarial se basan casi exclusivamente en el uso del e-mail (o Whatsapp, pero éste merecería un estudio aparte). Se trata de un género de escritura oralizada, es decir, a medio camino entre la conversación y la carta, ya que conjuga elementos de la comunicación oral como la inmediatez, y signos de la comunicación escrita tradicional como la perdurabilidad en el tiempo.

El programador Ray Tomlinson, entre otros honores, se llevó un Premio Príncipe de Asturias por ser el creador del correo electrónico en 1971. Tomlinson hoy, en 2015, todavía presume de no tener teléfono móvil, y su hobbie principal es la cría de ovejas. Quizá estas dos características ya anticipen algo de lo que opina de su famoso invento, ya que no duda en asegurar que no le gusta demasiado esa forma de comunicación que él mismo creó porque “es muy fácil malinterpretar el tono del e-mail”. Además, recomienda “tomarse un tiempo antes de responder”.

A Tomlinson no le falta razón y es que, en un porcentaje muy alto, solemos tomarnos a mal el contenido de los correos que recibimos. Dos estudios conjuntos de la Universidad de Nueva York y de Chicago a este respecto, concluyen que la informalidad y la rapidez a la que nos obliga esta forma de comunicación moderna hacen que se produzcan malentendidos de manera muy habitual. Y esto ocurre porque a través del correo electrónico no podemos ayudarnos del tono de voz o el lenguaje corporal para jugar con el sarcasmo, los dobles sentidos o las bromas. ¿Qué provoca esto? Malestar en el receptor.

Para evitar este tipo de situaciones incómodas que en el ámbito laboral pueden llegar a truncar grandes negocios, los profesores que lideraron la investigación recomiendan como punto esencial leer en alto el contenido que vamos a enviar, como si fuéramos nosotros los que lo estamos recibiendo. Así, no solo repasaremos el contenido sino que podremos ponerle ‘tono’ a lo que estamos mandando y rectificar si es preciso. Pero no es el único consejo útil para evitar malos rollos por la ambigüedad que provoca el no tener enfrente a otra persona, y conviene tener muy presentes varias claves que nos ayudan a evitar ese maldito grito de angustia que nos sale cuando damos a enviar y ya no hay vuelta atrás:

  • No es bueno utilizar las mayúsculas de forma reiterada. Al receptor le produce la sensación de que le están gritando.
  • No conviene escribir textos muy largos. Tres párrafos son suficientes.
  • En el caso de una negociación importante, estos expertos aconsejan descolgar el teléfono, ya que los resultados son mucho más exitosos que a través del e-mail, un medio que produce más desconfianza.
  • Siempre que se haga una broma a través del correo electrónico hay que dejar claro de alguna manera a continuación que, efectivamente, se trata de una broma.
  • No escribir a los empleados fuera de horas de trabajo, estresa mucho y produce una sensación de agobio y control, más si eres su superior.
  • Si la situación se pone muy fea, no lo dudes y no entres en esa espiral de asuntos cargados de Re:Re:Re… y de ira. Coge el teléfono o concierta una cita, ya que solucionar los conflictos con la palabra acerca mucho más las posturas que a través del anonimato electrónico.
  • Hay que intentar contestar los correos en un cierto plazo de tiempo. No hacerlo ofrece una sensación de pasotismo y casa con la mala educación.
  • Escribe bien. El idioma no tiene la culpa y no creo que perdamos un segundo vital en la vida por escribir ‘qué’ en lugar de ‘q’.
  • Siempre, por muy tensa que sea la situación o el momento, la despedida debe ser amable, ayuda a suavizar las cosas. No cuesta escribir ‘muchas gracias’ al final.

Muchas gracias.

Un abrazo,

Pilar Jericó