disonanciaCuando creemos estar en lo cierto, a la hora de tomar decisiones, nos molestan las contradicciones internas que puedan surgir e inventamos todo cuanto se nos ocurre para poder seguir haciendo lo que nos gusta o bien para evitar aquello que nos duele. En 1957 Festinger denominó a este fenómeno «disonancia cognitiva», se produce cuando valoramos dos conceptos que están en contradicción como, por ejemplo, «fumar es malo» asociado a «me gusta fumar»; o «soy votante de un partido de derechas (o de izquierdas)» asociado a «me parece más coherente el programa político de los partidos de izquierdas (o de derechas)». Esta dualidad nos genera un conflicto interno y como tenemos tendencia a evitar el dolor intentamos justificarnos con los argumentos que se nos ocurren y de estos, los tenemos de todo tipo y colores: «los estudios del cáncer de pulmón por fumar no están científicamente comprobados» o «los programas de los partidos políticos no sirven para nada».

Nuestra capacidad de autoengaño es observable hasta en los pequeños errores cometidos para justificarnos. «Cuando presenté el proyecto la gente estaba demasiado cansada para atenderme», en vez de reconocer que la presentación fue realmente aburridísima; o «no, si me da igual lo que me ha dicho», cuando realmente nos ha molestado, y mucho. También se observa en decisiones más cruciales de tantas personas que no se atreven siquiera a cuestionarse su vida porque implicaría tomar decisiones, potencialmente traumáticas, de separación o de cambio de trabajo. El primer paso para evitar estas disonancias consiste en tomar conciencia de su existencia y, posteriormente, decidir en base a nuestras posibilidades reales tanto personales como circunstanciales.

En definitiva, otro motivo por el que negamos la realidad es el de evitar tomar decisiones que nos duelen, seguir haciendo algo que nos gusta o, al menos, evitar el sufrimiento a corto plazo. Y como ha demostrado la ciencia, la mente está encantada de darnos argumentos ya que crea realidades a «nuestra medida» y nos permite ser selectivos con lo que vemos y recordamos. El problema es que las «disonancias cognitivas» que surgen por nuestra necesidad de coherencia, nos convierten en esclavos de nosotros mismos.