En plena Guerra Fría se desarrolló el método de aprendizaje más revolucionario de las últimas décadas. Era la época de los espías, que necesitaban aprender idiomas a marchas aceleradas. En Bulgaria había un médico psiquiatra, Georgi Lozanov, bastante curioso que había desarrollado un método, que el gobierno estaba muy interesado en testar. En 1960 seleccionaron a quince personas de distintas profesiones entre veintidós y sesenta años que no hablaban ni papa de francés y les pidieron que fueran a pasar un día al “Centro de Sugestiología” que dirigía Lozanov. Los escogidos no fueron nada emocionados. Debían pensar que era una pérdida de tiempo o un “marrón”, pero que no podían rechazar.

Cuando llegaron a una agradable sala, se sentaron en unos cómodos butacones en círculo. Durante los primeros minutos les enseñaron un tipo de respiración muy relajante y, posteriormente, comenzaron a escuchar música clásica. Mientras la música sonaba, una mujer entonaba frases en francés con distintas tonalidades: a veces en un tono susurrante, otras de un modo más duro o imperativo. Así durante horas y horas. Los alumnos estaban muy relajados, no tomaban notas sino que sencillamente estaban tumbados o incluso con los ojos cerrados… Vamos, la antítesis de lo que nos imaginamos de una clase típica de idiomas. Cuando terminó la sesión, les hicieron un examen de lo aprendido y aquí llegó la sorpresa. El noventa y cinco por ciento de los alumnos había aprendido 1.000 palabras en solo un día. No fue un milagro, sino el resultado de un nuevo método: el superaprendizaje.

Podemos ser muchísimo más de lo que somos, lo que necesitamos son otras vías distintas para aprender, más eficaces, menos agotadoras y que están a nuestra disposición incluso de adultos. No hace falta retroceder al colegio para disfrutar de un aprendizaje acelerado de idiomas, en el deporte, de habilidades sociales… Podemos vivirlo a cualquier edad, lo que es esperanzador. Sin embargo, hay que introducir claves nuevas: El superaprendizaje y el miedo son opuestos. Solo cuando retiramos el temor a fallar, la competición, los esfuerzos titánicos y accedemos a estados mentales y corporales muchos más relajados, aprendemos mucho más y recordamos con mayor claridad (en el experimento los quince voluntarios recordaron palabras francesas después de varios meses. Casi nada).

Y segunda clave importante de partida: toda persona tiene un cuerpo, una mente lógica y una mente creadora y solo cuando integramos los tres centros, logramos el superaprendizaje. Por eso, no es de extrañar que los voluntarios comenzaran la sesión aprendiendo a respirar con técnicas basadas en el raja yoga, porque el objetivo era que el cuerpo entrara en ondas alfa.

El método de Lozanov trabajaba también con la mente creativa (o lo que tradicionalmente se ha asociado al hemisferio derecho) a través de la música clásica. Ahora bien, no vale cualquiera, sino aquella que tiene una cadencia especial: 60 pulsos por minuto. La barroca era la preferida para este tipo de sesiones.

Y por último, la mente lógica (o tradicionalmente denominado hemisferio izquierdo) se alimentaba de las nuevas palabras pero con otro pequeño truco, con distintas tonalidades y una cadencia armoniosa.

El método de Lozanov fue tan revolucionario que la URSS puso el ojo en él y pasaron por el centro de sugestiología espías, militares y personas del gobierno, junto con gente de a pie que quería mejorar su aprendizaje. Y no solo eso. Occidente se fijó en el método de Lozanov, después de que impartiera una conferencia en Roma en 1.966 y que uno de sus colaboradores se escapara de las garras de la KGB a Estados Unidos. Y aunque el pobre Lozanoz vivió una década arrestado en casa porque sus conocimientos eran “secreto de Estado”, eso no impidió que en Occidente se comenzara a aplicar también su método con resultados sorprendentes: en la Universidad de Iowa se consiguió que los estudiantes aprendieran un año de español en diez días con clases de cuatro horas de duración, que en Colorado State University se acelerara el aprendizaje de lectura a alumnos con ciertas dificultades o que empresas como IBM lo aplicaran a sus profesionales, como detallan Ostrander y Schroeder en sus libros.

Todo esto ocurrió hace cincuenta años y todavía es un campo con mucho potencial. Sin embargo, en la actualidad la neurociencia ha confirmado las propuestas de Lozanov: nuestro cerebro es plástico, podemos aprender a cualquier edad y solo necesitamos otras vías para ello.

El superaprendizaje depende del cociente potencial del individuo, no del cociente intelectual y este solo se consigue cuando recuperas algo que no es nuevo, sino algo que conoces: a ti mismo, a ti misma, sin miedos, con el potencial de tu creatividad, tu cuerpo y tu mente lógica, dispuesto a relajarse y a disfrutar del placer de aprender cosas nuevas. ¿Te apuntas?

Basado en los libros: Sheila Ostrander y Lynn Schroeder (1980): Superaprendizaje, Grijalbo. Las mismas autoras tienen otro más reciente: Superlearning 2000, 1994.

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