Hace años dio la vuelta una noticia de un niño hindú que dormía abrazado a una gran serpiente. Resultó llamativo, porque el miedo a las serpientes es universal y lo compartimos, además, con los primates, aunque este niño o los encantadores de serpientes parezcan inmunizados. Si en un experimento un mono rhesus creyera tomar un reptil de dentro de una caja, saldría corriendo asustado. El miedo a las serpientes, a las alturas o a las represalias a decir lo que realmente pensamos a nuestro jefe nos ayuda a seguir vivos o a mantener nuestro puesto de trabajo. El miedo, por tanto, «equilibra» ciertos impulsos que hemos tenido desde muy pequeños. Los padres juegan un papel esencial en su trasmisión. Educan a sus hijos para que no se asomen demasiado a una ventana, no jueguen con los enchufes o respeten a los profesores (esto último a veces no está muy claro). El miedo actúa como freno de algunas iniciativas más o menos descabelladas que se nos pudieran ocurrir. En definitiva, necesitamos el miedo equilibrante para ser prudentes. Y ya lo decía Aristóteles, la prudencia es la virtud práctica de los sabios.

Sin embargo, el miedo tóxico nos mata por dentro. Nos deja vacío de futuro y, lo que es peor, es un gran enemigo de la felicidad y nuestra eficacia en la empresa. La diferencia más importante entre el equilibrante y el tóxico es su efecto. Cuando nuestro miedo equilibrante se deforma en tóxico, entra en escena Mr. Hyde asesinando nuestra capacidad. Es un freno a nuestro talento y al de otros si fuéramos jefes. No nos permite desarrollarnos ni crecer. El equilibrante, por el contrario, es inocuo. No afecta a nuestro desempeño. Otra diferencia es la duración. Quien vive con miedo tóxico en el trabajo, se ve afectado por él en una gran parte de sus decisiones y comportamientos. El equilibrante, sin embargo, hace su «aparición estelar» en momentos puntuales como dedicir no faltar al trabajo por las consecuencias indeseables que pudiera acarrear. La línea de diferencia parece sutil, pero sus resultados no lo son en absoluto.