La Universidad de Harvard y la Jefatura Superior de la Policía de Cantabria tienen algo en común: Ambas instituciones este año han nombrado como máximo responsable a una mujer, Drew Gilpin Faust y Pilar Allúe, respectivamente y ambos nombramientos han saltado a los medios a diferente escala, claro está. Y lo que más sorprende a estas alturas del siglo XXI es que este dato todavía sea noticia. La presencia de mujeres en primeros puestos directivos todavía tiene mucho que recorrer. Por no hablar del salario. Hasta un 68% menos cobran las mujeres directivas en comparación con sus compañeros, según el informe del Consello Galego de Relacións Laborais de este año. Algunas veces se ha argumentado que el motivo en España es por temas culturales. Pero mucho me temo que no sólo ocurre aquí. En Alemania siete mujeres ocupan altos cargos en las 180 mayores empresas y tan sólo una, Karin Dorrepaal, de Schering, se encuentra entre las treinta compañías que cotizan en el Dax de la Bolsa de Francfort. ¿Y cuál es el motivo? Existen muchos. Uno de los más tradicionales es el que la mujer es menos agresiva en la negociación del salario y del puesto de trabajo. Sin embargo, este año se han presentado estudios que invitan a una profunda reflexión. El 29 de julio The Washington Post publicaba las conclusiones de análisis realizado por Babcock y Bowles de la Universidad de Harvard según el cual se demostraba que las respuestas que obtienen las mujeres más asertivas son peores que las juegan un papel más pasivo. Lo demostraron escuchando la opinión de hombres y mujeres que habían observado la grabación de más de un centenar de procesos de negociación del salario en personas de ambos sexos. Tanto las mujeres como los hombres alabaron a los hombres que protagonizaron una negociación más agresiva, bajo el pretexto de que tenían claro lo que querían; al tiempo que penalizaron a las mujeres que jugaron el mismo rol porque habían sido “less nice” (menos agradables) y, por tanto, no las contratarían. Esta conclusión es escalofriante. Más allá de la falta de oportunidades, parece que existe un prejuicio social hacia la mujer que tiene claro lo que quiere y que casi todos (incluyendo a las personas de su mismo sexo) tenemos.
En definitiva, si queremos cambiar una situación histórica muy probablemente hemos de empezar en lo que pensamos o decimos cuando una mujer asciende a un puesto de responsabilidad o es asertiva en la defensa de sus intereses personales (si no, recordemos algunos comentarios envenenados de envidia que también protagonizan sus propias compañeras). Podemos culpar a la historia o la cultura, pero mucho me temo que el trabajo empieza en cada uno y una.
Para saber más sobre las conclusiones de los estudios:http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2007/07/29/AR2007072900827.html