Cuando nos proponemos objetivos, tenemos tendencia a buscar resultados inmediatos y nos marcamos hitos graduales del tipo «el mes que viene conseguiré un cinco por ciento de lo que sea». Pero no siempre lo alcanzamos por mucho empeño que pongamos. Y el problema reside en la definición del reto. Muchos aprendizajes tienen un crecimiento más exponencial que gradual. Es decir, durante días, semanas o meses no ocurre nada y, de repente, algo pasa y todo cambia, como sucede con empresas y proyectos innovadores, como, por ejemplo, la decodificación del genoma humano.

En 1990 se lanzó el ambicioso objetivo del Genoma Humano, con un presupuesto asignado de seis millones de dólares y una previsión de 15 años. En 1997 se había consumido la mitad del presupuesto y tan solo habían sido capaces de secuenciar el uno por ciento. Por aquel entonces, les llovieron las críticas a los investigadores implicados. Se pensaba que era un absoluto fracaso, que a ese ritmo iban a necesitar 700 años hasta conseguirlo. Craig Venter, uno de los investigadores principales, recibía llamadas y consejos de amigos que le sugerían que abandonara el proyecto, porque iba a ser una calamidad para su carrera, e incluso que devolviera el dinero gastado. Pero Venter y el equipo continuaron con fe, mucha paciencia y quizá con el convencimiento de que muchos aprendizajes están sometidos a los crecimientos exponenciales, que no graduales. Y así sucedió. En 1997 estaban a la mitad del camino y habían conseguido lo más difícil, porque el uno por ciento duplicado siete veces alcanza el 100 por ciento. En 2001 se secuenció el genoma humano con un presupuesto inferior al establecido. “Los expertos se habían equivocado en 696 años”, dice Salim Ismail, coautor de Organizaciones Exponenciales. Esta experiencia también la han vivido empresas disruptivas como Airbnb, Apple y tantas otras que ahora triunfan a pesar de sus primeros años “oscuros”.

Las curvas de aprendizaje no son necesariamente graduales. Hace falta paciencia, esfuerzo y mucho tiempo para comenzar a ver resultados, como aprender un idioma extranjero, conseguir unos objetivos de ventas o ganar nuevas habilidades. Porque la primera fase del aprendizaje pasa por cultivar las raíces sin ver resultados.

Existe una especie de árbol que, al plantar sus semillas, tarda la friolera de siete años en brotar. De hecho, durante el séptimo año, en tan solo seis semanas, la planta de bambú crece ¡más de treinta metros! ¿Tarda solo seis semanas en crecer? Alex Rovira reflexiona sobre ello: “¡No! La verdad es que se toma siete años para crecer y seis semanas para desarrollarse”. Durante los primeros años que parece que no sucede nada realmente está generando un entramado sistema de raíces para darle la potencia posterior. Es una bonita metáfora para aplicar a nuestros desafíos.

Quizá en las empresas se debería abandonar la ansiedad de los resultados inmediatos, que matan la innovación y el aprendizaje que realmente importan para conseguir resultados exponenciales. Se ha de hacer un seguimiento, lógicamente, pero no un control en la filosofía gradual. Quien lo tiene claro, al menos en la teoría, es Warren Buffett, gurú de las inversiones, quien dice “no importa cuánto de grandes sean tus talentos o esfuerzos, algunas cosas simplemente llevan tiempo”. Así pues, necesitamos paciencia, dosis de trabajo y mucho aprendizaje para conseguir lo que queremos o, incluso, sorprendernos con nuestros resultados futuros.