Me ha gustado la iniciativa de Pedro Robledo de recoger cuentos zen. Ha comenzado con el cuento llamado Destino, el cual trascribo:

Durante una batalla, un general japonés decidió atacar aún cuando su ejército era muy inferior en número. Estaba confiado que ganaría, pero sus hombres estaban llenos de duda. Camino a la batalla, se detuvieron en una capilla. Después de rezar con sus hombres, el general sacó una moneda y dijo:

Ahora tiraré esta moneda. Si es cara, ganaremos. Si es cruz, perderemos. El destino se revelará«.

Tiró la moneda en el aire y todos miraron atentos como aterrizaba. Era cara. Los soldados estaban tan contentos y confiados que atacaron vigorosamente al enemigo y consiguieron la victoria.

Después de la batalla, un teniente le dijo el general:

Nadie puede cambiar el destino«.

Es verdad» contestó el general mientras mostraba la moneda al teniente. Tenía cara en ambos lados.

De alguna manera recoge la idea de Sun Tzu, el autor del Arte de la Guerra: «El vencedor antes de la batalla ha ganado». La predisposición con la que vamos determina en parte el resultado final. Lo que también me resulta interesante es que a veces necesitemos ayuda divina, destino u opiniones de otros para sentirnos más seguros. Creo que el mundo de las religiones o el estorismo dan ese soporte, al igual que todos aquellos a quienes les concedemos autoridad. Lástima que dicho soporte no esté en uno mismo y tengamos que buscar en otros las expectativas de nuestro desempeño para creérnoslo.

En el fondo, si reflexionamos sobre lo que creemos que somos está muy relacionado con lo que nos fueron contando desde pequeños, que interpretamos e interiorizamos y con lo que nosotros nos fuimos también diciendo. Nuestro yo está formado por conjunto de frases, acontecimientos, interpretaciones, juicios de nosotros mismos… que cuando se abordan, tienen la gran ventaja de que pueden modificarse. Y todos cambiamos, hasta nuestras inseguridades.