Nuestro cerebro está cableado para la supervivencia, no para la felicidad. Por eso, el cambio muchas veces nos abruma o nos asusta. Lo vemos como un ataque a nuestra querida “zona de confort” y nos ponemos a la defensiva. Y es curioso, porque el cambio es natural en nuestras vidas: las células de nuestro cuerpo se renuevan, la naturaleza se transforma y nosotros, sin embargo, nos quedamos bloqueados porque va a haber una reestructuración en el departamento, viene un nuevo jefe o tengo que “digitalizarme” (el último grito de moda en las empresas). Así pues, veamos qué podemos hacer para encontrar la parte amable a los cambios en nuestro entorno profesional:

Lo primero de todo, recoge información contrastada. Si quieres agobiarte, escucha solo los rumores de la empresa o ciertas redes sociales. Son como el virus del ébola en su día, que iba a arrasar España. Entran en nuestros móviles o los departamentos y campan a sus anchas. Además, hay auténticos contadores de malas noticias que disfrutan alarmando a todo el mundo. Por ello, escucha pero cuestiona. Acude a otras fuentes y contrasta, porque muy seguramente, todo cuanto se dice en “radio pasillo” no va a suceder.

Segundo, relativiza. Toma distancia de las consecuencias que puede tener el cambio en tu vida. Cuando éramos pequeños, sufríamos una barbaridad con los exámenes. Ahora, con perspectiva, vemos que no eran para tanto. Por ello, una buena manera de conseguirlo es con la regla 10-10-10, es decir, si esto sucede, ¿qué impacto tendrá en los próximos 10 minutos, 10 meses o 10 años? Otra opción es hacerte otra pregunta: ¿qué sería lo peor que me podría ocurrir? Y, desde ahí, ponte manos a la obra.

Tercero, ponte en acción. El miedo es un producto de la mente, que no para de dar vuelta a los problemas. La acción anestesia el miedo. Por ello, cuando veas que viene un cambio, da un paso al frente. Preséntate voluntario a liderar la digitalización (si fuera el caso), a ayudar a la reestructuración o a lo que sea. Sitúate en la actitud del aprendizaje. Y si lo ves todo negro, al menos, actualiza tu currículum y contacta con amigos. Pero no te quedes quieto. Piensa y actúa, que es la mejor manera para reducir el miedo.

Cuarto, rodéate de personas que afrontan el cambio con optimismo. Somos seres sociales, aprendemos imitando. Por ello, si crees que algo no se te da bien, ponte a la sombra de quienes son un ejemplo. No te rodees de otros “victimistas” que se quejan una y otra vez de lo mismo. Un rato de quejas puede estar bien, pero luego sal y busca tus referentes. Personas que te inspiren.

Quinto, entrena el músculo del cambio. No podemos pasar más de tres años haciendo siempre lo mismo. Necesitamos renovarnos para no caer en el aburrimiento, para encontrar nuevos retos y sobre todo, para entrenar nuestra mente. Encontrar la parte amable al cambio es también un hábito, que se puede practicar si lo hacemos en momentos más tranquilos en el trabajo o en nuestra rutina diaria, como, por ejemplo, regresar a casa por un sitio diferente, probar otro sabor o escuchar otro tipo de música. Lo que sea, pero distinto.

Sexto, encuentra tu “para qué”. A veces ver el cambio con optimismo no solo es por nosotros, sino por quienes nos acompañan: compañeros, equipo, familia… Por ello, cuando las cosas te cuesten, piensa en alguien importante para ti y da el paso por él o por ella. ¿Qué te gustaría que dijeran tus hijos de ti cuando esa reestructuración pase? ¿O tus hermanos, o tus amigos?

Y séptimo, nunca olvides que el cambio es inherente a la vida y tenemos la opción de contemplarlo como una oportunidad de superación y de aprendizaje si conseguimos apoyarnos en estos recursos internos.