Se acercan las Navidades, termina el año y comienzan mil y una promesas para el año que viene. Pero, ¿cuántas de dichas promesas cumplimos? En el mundo del lenguajear, como diría Maturana, se ha rescatado una palabra de origen latino para designar al hábito de dejar las cosas para mañana: Procrastinar. Cuando somos procrastinadores (no suena como un piropo, precisamente), somos expertos en soñar con el futuro y al mismo tiempo no hacer nada. Están empezando a realizarse talleres para evitar caer en la procrastinación no deseada. Hay de dos tipos: Una relacionada con las cosas cotidianas (planchar, hacer la declaración de la renta…) y otra que afecta a cuestiones más fundamentales, como cambiar de trabajo, de ciudad, de pareja… Y es precisamente esta última la que está relacionada con el “síndrome de la felicidad aplazada” (deferred happiness syndrome), que afecta al 40 por ciento de los profesionales de países desarrollados. Identifiquemos sus síntomas:

  1. ¿Busca una vida con mejores comodidades (casa, automóvil, colegios, vacaciones…) y eso le obliga a trabajar más horas y más duramente?
  2. ¿Tiene la necesidad de ahorrar todo cuanto pueda para su jubilación, momento quizá sublimado?
  3. ¿Tiene miedo a cambiar de trabajo y prefiere seguir con el estrés con el que vive?

Las consecuencias del síndrome son varias. Por una parte, se sacrifica la felicidad presente trabajando y trabajando porque se piensa que en el futuro todo cambiará. Por otra parte, se tiene pánico a tomar riesgos que impliquen perder la seguridad de lo que se tiene. Si me permito ciertos caprichos en la actualidad, puedo poner en peligro mi estilo de vida futuro. Sólo los problemas de salud o una crisis laboral o personal consiguen empujar a la persona a buscar otras alternativas. Esto se traslada también al mundo de la empresa. ¡No puedo lanzarme a inversiones futuras que resten esfuerzos a lo que actualmente estoy logrando! ¡No puedo dejar de conseguir los objetivos ni evitar dejarme la piel todos los días! Mientras tanto, estoy perdiendo mi calidad de vida por el camino y caigo en la procrastinidad no deseada.
Así pues, antes de comenzar el año podríamos hacer una pequeña revisión de nuestra tendencia a procrastinar, porque, una vez, nuestra felicidad está en juego.