¿Alguna vez ha jugado al cubo de Rubik? Y lo más complicado, ¿completó alguna vez una cara o dos? ¿Y el cubo entero? En el caso afirmativo, supongo que tardaría algo más de lo que necesitó Shotaro ‘Macky’ Makisumi, quien en tan sólo 12,11 segundos completó un cubo. Con este récord, desde 2004 su nombre está escrito en el Libro Guinness hasta que otro genio, seguramente oriental, le arrebate el trono.
Pues bien, el juego de cubo de Rubik consiste en mover las piezas hasta completar las seis caras de colores. Tiene 43.252.003.274.489.856.000 posiciones diferentes (un poco difíciles de recordar) y lo hemos tomado como ejemplo porque algo parecido sucede con las emociones, aunque probablemente sin llegar a una cifra tan escandalosa. Las emociones son un crisol de multitud de alternativas posibles.

Al igual que cuando movemos el cubo, existen diferentes combinaciones de azules, amarillos o rojos, lo mismo sucede con las caras que constituyen las emociones: Cognitiva, fisiológica, social y de propósito. Las emociones nos hacen sentir (cara cognitiva), movernos (cara fisiológica), comunicarnos (cara social) y nos motivan a tomar decisiones (cara de propósito). Dependiendo de cada situación y persona, la combinación de piezas (o de respuestas) es única. Ante una determinada noticia un día podemos alegrarnos y sonreír, pero la misma noticia en otra persona o en otro momento puede implicar una reacción diferente. ¡Con cada emoción, comienza el baile del cubo! Y la respuesta que tengamos dependerá de cómo sintamos, actuemos, nos expresemos o adaptamos nuestra motivación.

Cuando nos entra el miedo (o la tristeza o cualquier otra emoción), comienza a girar el cubo de Rubik en nuestra mente y da lugar a respuestas de lo más variopintas: Sentimos preocupación cuando nos dicen que nos van a echar de la empresa y pensamos en la hipoteca (cara cognitiva); nos palpita el corazón como un loco antes de hablar ante una numerosa audiencia (cara fisiológica); sonreímos a nuestro equipo cuando nos hemos equivocado en la exposición (cara social) o decidimos adular al jefe para evitar problemas en el trabajo (cara de propósito). Lógicamente, ninguna de estas actitudes está separada. Los sentimientos se mezclan con las decisiones, las expresiones de nuestro cuerpo o los cambios corporales. Ahí es donde están los cientos de posibilidades distintas que hacen que las emociones sean uno de los temas más escurridizos y difíciles para la comprensión y que, por supuesto, confundan a más de uno.