‘Mi vida son recuerdos de un patio de Sevilla’, escribía Machado con nostalgia de un tiempo pasado feliz que no volverá. Como el poeta, de alguna manera todos miramos hacia atrás con añoranza, al tiempo que quemamos etapas en ese recorrido en el que cometemos el error de olvidar lo que un día fuimos. Pero todavía podemos volver allí o, mejor dicho, todavía podemos traer a nuestro hoy lo mejor de esa niña o niño que un día fuimos.

Tratemos de ser inteligentes y aprovechemos la mejor parte de cada estación que nos brinda la vida. Quedémonos con lo mejor de cada parada pero no olvidemos meter en el vagón locomotora nuestra infancia o, por lo menos, lo mejor de ella. La evolución es seguir el camino y dejar atrás elementos impropios de nuestra edad, por supuesto. No se trata de actuar de forma irresponsable, no forcemos actitudes que no nos corresponden con la edad, pero incorporemos a nuestro presente eso que un día fue único, esas sensaciones de la primera vez, de aquella inocencia extraordinaria, de la constante curiosidad, de esa ausencia de prejuicios, o de la creatividad sin límites ni barreras.

Seamos niños de nuevo en un cuerpo adulto. ¿Por qué vivir con esa pose incorruptible constantemente? ¿Por qué negar que la vida puede sorprendernos como la primera vez? Claro que puede, claro que puedes. Y si nos cuesta recuperar la niñez mirando atrás, basta con aprender de los nuevos locos bajitos.

Adora Svitak es una niña prodigio que dejó de piedra al público en su conferencia TED, ‘Lo que pueden aprender los adultos de los niños’. La pequeña afirma que el mundo necesita infantilizar el pensamiento y no demonizar el término infantil, ya que cada vez que realizamos comportamientos irresponsables o irracionales los calificamos como un acto infantil. Pero, ¿acaso es infantil tratar de realizar algo con todas tus fuerzas e ilusión? Según nos recuerda Svitak, los niños tienen una ventaja maravillosa y es que no se imponen barreras e impedimentos previos a la hora de emprender o afrontar una tarea, suelen olvidar el ‘no seré capaz’ tan propio de los adultos.

Los niños tienen deseos inspiradores y esperanzadores. Uno muy recurrente es el deseo de que nadie pase hambre en el mundo. A los adultos nos parece una utopía, algo imposible, una chiquillada. Pero, ¿de verdad es imposible que nadie pase hambre si hay recursos suficientes? Quizá el problema es que hace mucho que las sociedades olvidaron esa inocencia y bondad.

Adora tiene razón cuando dice que, ya que nos empeñamos en vivir con esas barreras, al menos no se las impongamos a ellos, ya que tendemos a negarles sus sueños de forma constante. “Esto ya lo harás cuando seas mayor”, “no se puede”, “no vas a ser capaz”… tratemos de aprender de ellos al mismo tiempo que ellos lo hacen con nosotros, al fin y al cabo son las nuevas generaciones y, a pesar de que muchos se nieguen a creerlo, siempre superan a la anterior.

Porque además, a diferencia de los adultos, nunca dejan de sorprendernos. Hace pocos días observé cómo un padre recogía a su hijo de un cumpleaños y le preguntaba ¿Qué tal hijo, qué habéis hecho? Su respuesta fue clara: “Papá, como dices tú con mamá cuando os pregunto: Son cosas nuestras. Pues eso, son cosas mías”.

Siempre nos han dicho que las claves para alcanzar la felicidad se basan en gran medida en poner el corazón en lo que hacemos, en ser flexibles y adaptables, en no perder la capacidad de asombro con lo nuevo, en levantarte si te caes, en preguntar sin miedo los porqués, en divertirnos, en no tener miedo a relacionarnos, en que no se apoderen de nosotros los prejuicios, en compartir, en aprenden constantemente, en no tener miedo a expresar las emociones… Pero si nos fijamos en cada uno de los elementos que acabamos de enumerar, ¿qué son sino un reflejo de lo que fuimos de niños?

Si conseguimos ese punto que perdimos podremos superar barreras que hoy pensamos insuperables y, entre otras cosas, podremos ser mucho más creativos.

Ken Robinson es uno de los mayores expertos en el desarrollo de la creatividad y siempre, por algo será, mira hacia atrás para potenciarla. Porque los niños improvisan, no tienen miedo a equivocarse y no penalizan el error.

Robinson cuenta cómo una niña de seis años realizaba un dibujo cuando su profesora le preguntó: “¿Qué estás dibujando?” Ella, ensimismada en su labor, respondió: “Dibujo a Dios”. “Pero si nadie sabe cómo es, respondió la maestra”. “Bueno, lo sabrá en unos minutos” contestó la pequeña de manera genial.

Por suerte quemamos etapas y no nos estancamos en juegos de chapas. No nos cambian los pañales, somos autosuficientes… pero retomemos lo mejor que dejamos en esa maravillosa etapa.

Porque si bien es cierto lo que dijo el poeta estadounidense Emerson, que “jamás ha habido un niño tan adorable que la madre no lo quiera poner a dormir”, también es verdad que, como dijo Benavente, “en cada niño nace la humanidad”. Recuperémosla.